Se sienta una chica enfrente de mi en la bibloteca. La miro, me mira. Sonríe. Estoy confundido. Pienso si le parezco lindo o interesante. Pienso si gusta de mi. Pienso en decirle algo. No se que decirle para no espantarla. El lazo que me une a ella es y será siempre frágil pues ambos podemos vivir sin el otro por definición. Si digo algo que parezca ansioso, pesado, denso, rebuscado, sin sentido común seguro se va a asustar y va a pensar que soy peligroso. Pero por algo se sentó ahí teniendo otras posibilidades. Se levanta y se pierde tras la puerta de salida dejando sus útiles a 30 centímetros de mi. Pienso en dejarle una esquela (bien viejo y romántico quizás) con mi email, mi nombre y algo que diga más o menos así: Hola! Cómo estás? (Siempre hay que saludar, es de buena educación) Me diste curiosidad y me gustaría conocerte (No hay que dar mucho detalle ni hablar mucho para no asustar y dejar un manto de intriga). Si tenes ganas podemos charlar, te dejo mi email. (Esto me puede jugar en contra: no uso el mensajero instantáneo de Microsoft que sería el Windows Live Messenger o WLM o MSN creo que le dicen pero no se por qué. Uso gTalk. Pero bueno me puede mandar un mail). Escribo la esquela. Pienso si dejarla a la vista o no. Agrego que soy el chico que estaba frente suyo en la bibloteca. Sigo dudando. Vuelve. Se sienta. Me gusta. ¿Le gusto? Me interesa. Termino deduciendo que le va a parecer tonto, inmaduro, infantil y sin sentido común mi acción. No hago nada. A la media hora se pierde de mi vista. Y yo me quedo con el sueño, la idealización, el deseo, la ilusión, la frustración, la angustia, la duda del que hubiese sido. Con la esquela y sin ella.
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